domingo, 2 de febrero de 2014

Ejercicio de lectura.

                                                          La anatomía patológica

La anatomía patológica, adentrándose hasta la fisiopatología histiositaria microscópica y la morfología macroscópica, significó desde los tiempos pretéritos de su doctrinario fundador, J. Bautista Morgagni, un decisivo paso adelante para la investigación clínica. Las especialidades otorrinolaringológicas, neurológica, psiquiátrica, gastroenterológica, hepatopancreática, hemolinfática, urogenital, ginecológica, cardiocirculatoria pulmonar y broncopleural cutánea y parasitológica, fueron consecuencia obligada del desarrollo de aquella disciplina.
A los conocimientos “quimicoanalíticos” que conformaron otro importante avance para la medicina, se sumaron los aportados por la electrofísica, tanto en su aspecto electroestático, como así también en su acción electrodinámica.
Los rayos X descubiertos por Roentger, fueron acompañados por las numerosas aplicaciones técnicas de la ciencia radiográfica en forma de teleradiografías, gastroenterocolografías, colecistografías, pielografías, tomografías, encéfalografias, sistografías, colpografías y angioflebografías diversas.
Al campo electrolítico debemos las aplicaciones de electroforesis y de que Einthoven, descubrió la manera de registrar las ondas eléctricas que producen el influjo nervioso sobre la corriente cerebral, que es lo que patetiza el “electroencéfalograma”.


                                                              Anécdota apocalíptica

El doctor Epiménides Paralelipomenos, oriundo de la península grecolatina de Calímano, cuna del cíclope Polifemo, según el trágico vernáculo Eurípides el olímpico, pese a su titulo de catedrático de otorrinolaringología y clínica pediátrica, cada vez que aprehendía el bisturí en el quirófano para practicar una gastroenterostomía/trasmesocólica/posterior, ocurría una catástrofe sanguínea u osteológica a causa del equívoco del diagnóstico químico-bacteriológico o del pronóstico radiológico. Su idiosincracia escolástica y leguleya, sin embargo, de tipo o prototipo psicopático con algún tripanosoma alérgico, permanecía impertérrita ante los pusilánimes epígonos que circuían al siniestrado con el ánima próxima a la lipotimia. Tomaba el especulo y le hacia un exámen endoscópico, ordenando una transfusión de albúmina a fin de reactivar la dinámica del sístole y del diástole momentáneamente estática y paralítica. Luego, apelaba al oxigeno  o a los narcóticos analgésicos o le aplicaba barbitúricos o antibióticos por vía intravenosa con el propósito de soslayar el colapso ineluctable del paciente inerme y en decúbito espinal. Entretanto, en el paraninfo de la cátedra había un chisgarabís anfobológico que rompía el protocolo de los catecúmenos del policlínico que seguían prosopopéyicamente el intríngulis del dómine hipocrático, tosiendo estentóreamente como si tuviese un forúnculu en el apéndice nasal o una catarrosis de síndrome enigmático con traqueostoma cancerífero. El epílogo de la intervención quirúrgica del fantástico Paralelipómenes era geométricamente terrorífico y patidifuso a causa de que el interfecto terminaba sin atmósfera en la geometría de una necrópolis lúgubre y tétrica llevando por todo escapulario el salvoconducto de un certificado de defunción.

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