sábado, 13 de mayo de 2017

El árbol

Brilló el sol tibio. Como vergonzoso, intentaba desperezarse detrás de una nube… una nube que podía tener forma de oveja o de ángel, que podía parecer una montaña o una muñeca pálida y con trenzas. El viento fuerte  que soplaba allá, muy alto, las transformaba en todo aquello que uno deseaba ver.
Don Beto se asomó por la ventana, con su sonrisa desdentada y una mirada nostálgica y estudió detenidamente el panorama de una calle que aún no despertaba. Con sus manos, ya torpes, cruzo sobre el pecho la bufanda negra, dejando cada extremo bajo las axilas y luego se puso el grueso pullover negro. Ahora sólo faltaba la campera de corderoy marrón que tenía desde hacía muchos años y la gastada boina negra.
Su paso era lento y a veces vacilante, pero siempre había una silla cerca, de la que podía agarrarse por si acaso tuviera un tropiezo. La vista, que había desmejorado mucho en los últimos años, aconsejaba no cambiar los muebles de lugar porque, durante sus habituales caminatas nocturnas, podría llegar a golpearse. “el orden implica seguridad…” afirmaba siempre.
Todos los días se le hacían largos, sin embargo, sabía que a pesar de esto, las hojas del almanaque caían cada vez más rápido, aunque eso, no por írónico dejaba de ser cierto.
El agua de la pava soplaba y silbaba una nube transparente de vapor, urgida por el fuego que la consumía; Don Beto tomo la pava de la manija de madera negra, semi quemada por las veces que quedaba inclinada sobre el costado y se recalentaba con la llama que se asomaba, provocadora, por el lateral de aluminio abollado; y su mano de piel oscura, gruesa y encallecida, no se inmutó por la temperatura. Se sirvió su acostumbrado té con leche mientras su mente hurgaba el baúl de los recuerdos y planificaba su nuevo día, que por cierto, no era uno cualquiera. El de hoy era un día muy especial. En silencio desayuno tranquilo y entre sorbo y sorbo de la taza, otra sonrisa le levantaba ligeramente las mejillas. Después de ordenar la cocina, miró nuevamente por la ventana hacia la calle y pensó: “Ya es hora…”
Tomo una vieja silla y la llevó, arrastrándole  una pata, hasta la vereda. Volvió hasta el patio por una escoba y pacientemente empezó a barrer;  despejó  de ramas y hojas todo el espacio que cubría su añoso árbol,  luego tomó asiento  en lo que sería su  improvisada escalera y se quedó allí, sólo… esperando; solo esperando…durante horas.
Desde el otro lado del cerco, lo observó  su vecino, quien intrigado por la actitud tan pasiva del viejito, le pregunto si necesitaba algo, si le podía ser útil. El frío, pensó, no le haría bien a su edad. Don Beto, agradecido, le contesto  que no precisaba nada, que nada mas tenía que esperar. Esperar. La cara de desconcierto que despertó su respuesta lo llevó a ser un poco mas explicito con sus palabras, que por cierto, nunca le faltaban.
“Este árbol lo plante el dos de Mayo de 1933, a las cuatro de la tarde… no es cuestión de memoria; lo plante con la ayuda de mi viejo el día que cumplí diez años. El me dijo: ¡anota en alguna parte lo que hiciste este día ¡. Y así lo hice, con un clavo, en el revoque de la pared…         ¡ todavía se puede leer ! Hoy a las cuatro de la tarde se cumplen setenta años… mire como está el pobre árbol, está agotado, ya no da más… ¿se imagina cómo estará  por dentro ?, míreme a mí, se puede imaginar cómo estaré por dentro… En ese árbol me trepé de chico para jugar y también para esconderme de alguna paliza bien ganada, y en él hicieron lo mismo mis hijos y mis nietos; y de su leña calentaba el agua en la cocina económica hasta que pudimos hacer la cañería para conectar la garrafa, ¡esto fue poco tiempo después de instalar la luz ! Un día, cuando me sentí  vencido por la vida, busqué y elegí su rama más gruesa y una soga… ¡qué época…! Y por casualidad, vi que alguien, alguna vez, le ató un alambre en esa rama, que la estaba lastimando, cortando. Pensé: ¿cuánto me dolería tener un alambre igual en el  brazo?.  Así que fui a buscar las herramientas y se lo quité; y tarde tanto que tuve tiempo de pensar : no te voy a lastimar también con mis problemas… será otro día.
Eso fue en 1972… ¡que año…!
Ya pasó tanto tiempo… tanto pasó en este tiempo que ya pasó… ¡ y hoy cumplimos años ! y decidí guardar dos recuerdos de mi árbol, como un regalo ¿sabe?. Voy a esperar que caiga la primera hoja, después de las cuatro de la tarde para guardarla. Esa será la más débil, la más la más inocente, la más ingenua; como nuestros sentimientos más profundos, como el yo interior  y escondido que cada uno tiene, necesitan ser protegidos para que no se pierdan. Pero también voy a esperar la última hoja que caiga de mi árbol. Esa será la más fuerte, la más astuta, la más hábil, la de mayor voluntad; como aquello que necesitamos para proteger nuestra parte frágil, siempre expuesta y vulnerable. A esa hoja hay que cuidarla, no hay que perderla. Las dos hojas son los extremos de la vida que se tocan…”
La última hoja finalmente cayó. El vecino preocupado y atento la observó caer en un zigzag suave, sin el menor ruido, lenta y tímida, en paz, como la paz que sentía don Beto; con la misma serenidad con que se detuvo la ambulancia frente a la casa del viejito, quien sin perder su sonrisa desdentada,  se llevo entre sus manos dos hojas y se perdió atrapando sueños.

                                                                                                                     Rubén Chamorro ´99

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