Parte una
estrella rota.
El infinito
prepara sus brazos para atraparla
y el Hombre,
prisionero, no puede más que mirar
y tratar de
comprender.
Pobre Hombre,
con sus pies encadenados
al adoquín
milenario de la vieja calle.
El espacio se
contorsiona, se despereza,
y no podemos ser
más que testigos,
minúsculos
testigos de todo y de la nada
porque no somos
capaces más que de comer
la carne nuestra
propia ignorancia
y beber la
sangre de nuestra idiotez extrema.
Cae la tierra
cósmica sobre nuestros ojos ciegos
y gesticulamos
bailes perversos
al son de
clarines que nos ensordecen,
agobiantes
clarines hechos de huesos
de sabios no tan
sabios.
En la mente
cuelgan ideas de éxtasis,
mientras que los
genios no tan genios,
que sólo son menos
ignorantes que los ignorantes,
tratan de
inventar la justificación
de una piedra
rota, que vaga,
perdida entre la
nada y más allá de la nada
recorriendo el
todo,
con la insensata
creencia paranoica
de llegar a
saber, quién,
en la inmensidad
del universo
arrojó la
primera piedra.
R.Chamo
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