sábado, 19 de marzo de 2016

La cacería

 Anoche me acosté tarde, demasiado tarde y me levante temprano, demasiado temprano. Tratando que los músculos se reactivaran, fui caminando lentamente hacia la cocina mientras me refregaba la cara con la mano derecha y sostenía los anteojos con la izquierda. Puse a calentar el agua para el mate y de ahí al baño. Ya casi despierto coloco,  sobre la mesa, el plato con las facturas que me quedaron de la tarde anterior. Estaba decidido a comenzar el día y mi desayuno me ayudaría a recuperar la energía necesaria para enfrentarlo. Me encantan las facturas con crema pastelera y dulce de membrillo; cuando estiré el brazo para disfrutar la primera… la ví, una maldita y asquerosa mosca estaba posada sobre la crema de mi alimento matutino. Un sorpresivo manotazo la espanto. Ni la toque y  no soporto dentro de mi casa ningún ser vivo que no sea humano.
Así comencé mi cacería, busque el matamoscas y, como suele ocurrir, no recordaba donde lo dejé la última vez que lo use, así que mientras paseaba mi mirada en todas direcciones cual cazador furtivo, agarre una revista que estaba a mano y me quede quieto mirando y mirando, buscando y buscando. De pronto, se cruzo delante de mi cara tan rápido como un misil y como un acto reflejo, en una fracción de segundo, arroje un revistazo inútil sobre ella, pero me pegué a mí mismo y mis lentes volaron en cámara lenta sobre la mesa y en un arco perfecto siguió su recorrido hasta golpear contra la puerta de la heladera. Tuve suerte porque no se rompieron pero esto me enojó mucho, me sentía ridículo. Cuando me agache para levantarlos la escuché pasar sobre mi cabeza, así que le arrojé violentamente el ejemplar de mi revista de caza y pezca; no le pegué pero conseguí tirar la linterna, el barquito de cerámica con termómetro y un frasco de vidrio con nueces que estaban sobre la heladera. Junte los pedazos de vidrio y cerámica, barrí, y ordene las cosas mientras escuchaba el revoloteo insoportable de la bestia voladora. Puse a calentar  nuevamente el agua para desayunar y de pronto la ubiqué apoyada en el cielo raso, estaba riéndose a carcajadas de mí, lo sentía aunque obviamente no la escuchaba, pero la sentía. Tomé el repasador y se lo arrojé, en ese segundo voló hacia la mesa y le arrojé la remera que estaba apoyada en el respaldo de la silla pero ella huyó otra vez y mi prenda se mancho de crema y membrillo. Fue en ese momento que vi el matamoscas, estaba debajo del microondas ubicado sobre la mesada justo cuando  la repulsiva bestia paso frente a mí, le arroje un revés al estilo de un tenista profesional y… con paciencia comencé a levantar los pedazos del termo que se desparramaron sobre el piso. Mi odio me llevaba al borde la locura, pero estaba decidido a cazarla. La volví a ver, estaba apoyada sobre la puerta mosquitera, seguía riéndose. Tomé el escobillón que estaba apoyado contra una pared y a la distancia justa de su largo, otro golpe, y rompí el alambre de la puerta por el que se escapó la maldita, pero en el mismo movimiento, con el palo de mi arma improvisada, golpeo el plato de mis facturas que estalla en pedazos sobre la cerámica marrón del piso. Adiós a mis facturas y a mi desayuno y a mi momento de disfrute.
La inmunda mosca desapareció y yo después de ver como quedó mi cocina, me termine de vestir  lentamente, con mis músculos ya a plena capacidad, me fui a desayunar al bar de la esquina. Elegí una mesa, me senté y con gestos le hice mi pedido de café con leche al mozo. De pronto pasó delante de mí una mosca que, estoy seguro, era la misma.

                                                                                                 Rubén Chamorro  Mar/16                                                                                        

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