sábado, 31 de mayo de 2014
Citas citables...
De vez en cuando es bueno escuchar el silencio, en él hay sólo verdades; nuestras verdades.
Cuando yo me vaya.
Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio, sin decir
palabras y vive recuerdos, reconforta el alma. Cuando yo me duerma, respeta mi
sueño, por algo me duermo; por algo me he ido. Si sientes mi ausencia, no
pronuncies nada y casi en el aire, con paso muy fino, búscame en mi casa; búscame en mis libros, búscame
en mis cartas y entre los papeles que he escrito apurado.
Ponte mis camisas, mi sweater, mi saco
y puedes usar todos mis zapatos. Te presto mi cuarto, mi almohada, mi
cama y cuando haga frio, ponte mis bufandas. Te puedes comer todo el chocolate
y beberte el vino que deje guardado. Escucha
ese tema que a mí me gustaba, usa mi perfume y riega mis plantas.
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lastima, corre hacia el espacio, libera tu
alma, palpa la poesía, la música, el canto y deja que el viento juegue con tu
cara. Besa bien la tierra, toma toda el agua y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto, búscame en los niños, el café, la radio
y en el sitio ese donde me ocultaba. No
pronuncies nunca la palabra muerte. A veces es más triste vivir olvidado que
morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma no me lleves flores a una tumba amarga, grita con la
fuerza de toda tu entraña que el mundo está vivo y sigue su marcha. La llama
encendida no se va a apagar por el simple hecho de que no estés más. Los
hombres que “viven” no se mueren nunca, se duermen de a ratos, de a ratos pequeños,
y el sueño infinito es solo una excusa.
Cuando yo me vaya, extiende tu mano, y estarás conmigo sellada en contacto
y aunque no me veas, y aunque no me palpes, sabrás que por siempre estaré a tu
lado.
Entonces, un día, sonriente y vibrante, sabrás que volví para no marcharme.
Anónimo (al menos yo, no se quién es el autor...)
Al acecho
La noche era calurosa, húmeda y silenciosa. Algunos focos de la
calle estaban apagados y la suave luz de la luna se asomaba entre las copas de
los plátanos, unidas en el centro de la calle, a varios metros de altura.
Una casa abandonada y casi desmantelada, era el único lugar del
trayecto que podía ser preocupante.
A medianoche y en la soledad de mis zapatos apurados por el
cansancio, no debía dejar de mirar su aspecto de guarida… por las dudas. De
pronto, surgió del interior de sus derruidas paredes una sombra negra que corriendo desaforadamente, se me abalanzaba en
una clara intención de ataque. La gran bestia
de pelaje negro, parecía dispuesta
a masticar, al menos, una de mis piernas; de inmediato gire y lo
enfrente, flexione las rodillas, el cuerpo levemente inclinado hacia adelante, abrí
los brazos tanto como pude… no emití ni un solo sonido. Así me quede unos segundos
en una postura que indicaba, claramente, que no me quedaría quieto ante su
avance. El pobre perro, ahora iluminado por una feérica luz estelar, se veía
flaco y enfermo. Se detuvo instantáneamente y sin dejar de ladrar y gruñir, se
alejo en sentido contrario con la cola entre las patas. Me causo gracia y pena.
El animal solo cuidaba su territorio; ante su estrategia, la mía había sido más
efectiva.
No me asustan los nocturnos perros callejeros, hay cosas más
preocupantes que esa situación. Temo a los mosquitos, en realidad, no a las
nubes de mosquitos sino al que,
solitario, me atormenta a partir del momento en que apago la luz y apoyo la
cabeza sobre la almohada, en pos de un merecido, necesario descanso, que él
interrumpirá tanto como pueda.
La oscuridad se hace total y treinta segundos después, su zumbido
suena alrededor de mi cabeza como una trompeta llamando a la carga de la caballería.
No es su picadura y la posterior roncha lo que me preocupa o inquieta, es el
acecho al que me somete lo que no me deja dormir. Cuando se relajen mis brazos
y caigan mis parpados, yo seré su presa y el será mi depredador.
Comienzan mis manos a danzar, en el aire, una cacería que, por
cierto, no es más que mi propia defensa ante algo que no veo, pero que
presiento muy cerca, por un momento silencioso, pero todo el tiempo sediento de
mí. Sé que no está lejos, tal vez se estaciono sobre la sabana, riéndose de mí,
un pobre ser humano que no tiene escapatoria. En algún momento de la noche, yo
terminare siendo su alimento.
Quisiera recordar cuantas veces fui víctima del temor por el
acecho de lo que nunca vi, Cuantas veces sufrí las irreales amenazas de la
sombra chinesca que, danzante sobre la pared, dibuja miedos nacidos en mitos
incorporado por la puerta de la inocencia.
Amenazado por un mosquito. Amenazado. Amenazado por tantas cosas…
traicioneros, pretextos, una roncha, un hipócrita latente que necesita de mi
agotamiento y de mi sueño, o de mi voluntad rendida y de mi cansancio.
Amenazado por quien no merece ser temido y aún así, consigue transformarnos en
presa, amenazado por quien tampoco debe ser víctima de los temores ajenos.
Que irónico que el miedo propio sienta miedo del miedo ajeno…
Pasare mañana por la misma calle a plena luz del día y mi visión
será otra, distinta o nueva. Seguramente veré al flaco y enfermo perro jugando
con una bolsita de nylon que la brisa se empeña en remontar. Ya no nos
tendremos miedo, podremos ser amigos.
Ya no mas picaduras de mosquitos depredadores, mañana encontrare
la forma de arreglar nuestras diferencias. El mundo es demasiado grande para
que estemos los dos encerrados en el mismo dormitorio.
Como nace un paradigma.
Un grupo de científicos colocó cinco monos en una
jaula. En cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de
bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar la fruta, los científicos
lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo.
Después de un tiempo, cuando un mono iba a subir la
escalera, los otros lo agarraban a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono
subía la escalera, a pesar de la tentación de la fruta. Entonces, los
científicos sustituyeron uno de los monos.
La primera
cosa que hizo, fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los
otros, quienes le pegaron, a pesar de que no les tiraron agua. Después de
algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.
Un segundo mono fue sustituido y ocurrió lo mismo.
El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero
fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente el último de los veteranos
fué sustituido.
Los científicos quedaron entonces, con un grupo de
cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban
golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas.
Si fuese posible preguntar a alguno de ellos por qué
le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería:
“No se… aquí, las cosas siempre se han hecho así.”
Citas citables...
Es mejor retirarse y dejar un bonito recuerdo, que insistir y
convertirse en una verdadera molestia; no se pierde lo que no tuviste, no se
mantiene lo que no es tuyo y no puedes aferrarte a algo que no se quiere
quedar. Si eres valiente para decir adiós,
la vida te compensara; si lo que quieres no te corresponde déjalo ir…
recuerda que lo que unos desprecian otros se mueren por tenerlo.
Citas citables...
Y ahora escoge tu merecido castigo, dijo la malvada bruja, entre morir
de placer, de amor, de pena o asfixiado por la necesidad de tener que decidir.
Citas citables...
Decíle a la gente que hay un ser invisible en el cielo que creó el universo
y la mayoría te lo va a creer, decile que la pintura está fresca, y tienen que
tocarla para estar seguros. (George Carlin)
Citas citables...
Habituarse a leer para aprender a escribir, escribir para saber hablar,
hablar para decir lo que pienso y pensar para saber cuándo callarme.
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